En torno al siglo IV antes de Cristo, varios siglos después de la desaparición de los olmecas, los mayas se habían establecido en una extensa región situada al sur del México actual, que se extiende desde la península del Yucatán en América Central a lo largo de la región de Chiapas y la costa de Guatemala en el Pacifico.
El clima húmedo de esta región era perfecto para el árbol del cacao, que florecía fácilmente en las zonas más umbrías del bosque tropical. Los mayas llamaban a este árbol “cacahuaqucht”; de hecho, para ellos, no existían ningún otro árbol que mereciese tanto el nombre de árbol como este. Creían que era un árbol que pertenecía a los dioses y que las vainas que crecían en su tronco eran un regalo que los dioses hacían a los hombre. El periodo en torno al año 300 de nuestra era, conocido como la época clásica de la Civilización Maya, fue de un gran desarrollo artístico, espiritual e intelectual. Los mayas construyeron palacio y templos de piedra, grabando en sus sagrados muros imágenes de vainas de cacao, que para ellos eran un símbolo de vida y fertilidad. Conocido como “el pueblo del libro”, los mayas también idearon un sistema de jeroglíficos que escribían en unas frágiles hojas de papel hechas con corteza de árbol. Actualmente solo se conservan cuatro de los libros mayas, todos ellos del periodo postclásico.
Una vez que se consiguió separar la manteca del cacao, la industria se encontró ante el dilema de qué hacer con ella –realmente era algo demasiado valioso para desperdiciarlo. Lo que paso fue que, de un modo u otro, a algún fabricante de cacao- y hay discusiones acerca de quién fue el primero- se le ocurrió la idea de mezclar la manteca de cacao con una pasta hecha a base de cacao molido y azúcar.
La mixtura resultante fue una pasta suave y maleable a la que se podía añadir azúcar sin que se volviera grumosa; la grasa facilitaba su disolución. La pasta era lo suficientemente fina para ser vertida en un molde y darle forma, y a partir de este momento empezó a formularse la idea de las pastillas de chocolate para comer. La familia Fry afirma haber sido la primera en comercializar el producto. “Chocolat Délicieux a manger”, así llamaron a sus barritas de chocolate y las presentaron en una fuera comercial celebrada en Birmingham en 1849. Las barritas tuvieron un éxito instantáneo, y comer chocolate se convirtió en una auténtica moda. Cadbury introdujo la primera caja de bombones de chocolate, a la que siguió una caja diseñada para el Día de San Valentín.
El Chocolate se usaba con fines terapéuticos en el siglo IV, cuando los mayas empezaron a cultivar el árbol del cacao. Los hechiceros prescribían el consumo de cacao tanto como estimulante como por sus efectos calmantes. Los guerreros lo consumían como una bebida reconstituyente, y la manteca de cacao era usada como ungüento para curar heridas. Más tarde, los aztecas prescribieron una poción a base de cacao mezclado con el polvo de los huesos machacados de sus antepasados para curar la diarrea. Los colonos españoles también fueron conscientes de la virtudes curativas del cacao. Un viajero de la época dice de sus compatriotas: “Con estos granos elaboran una especie de pasta que según ellos es buena para el estomago y contra el catarro”. Sin embargo, el chocolate despertó sentimientos encontrados entre la comunidad científica y médica, que se mostró tan vocinglera como la Iglesia a la hora de debatir las virtudes y los defectos de que la misteriosa nueva sustancia. Durante el siglo XVI, cuando la medicina todavía estaba en mantillas, muchas teorías médicas se basaban en la existencia de humores “calientes” y “fríos”, o en las energías corporales, de cuyo correcto equilibrio dependía la no aparición de enfermedades. Los españoles clasificaron al chocolate como una sustancia “fría” y neutralizaban sus efectos tomándola muy caliente y aderezada con especias “calientes”. No podían entender por qué los aztecas se tomaban el chocolate sin calentarlo tratándose de un alimento esencialmente “frío”. Durante el siglo XVII, el chocolate ya había recibido la aprobadora bendición de un buen numero de botánicos y médicos, que habían descubierto que contenía toda clase de sustancias beneficiosas. Henry Stubbe (1632-72), el médico de la corte inglesa, visito las Indias Occidentales para investigar los efectos físicos del chocolate. A su regreso publico “The Indian Néctar”, en la que se deshacía en elogios por la bebida, pero que echarle demasiado azúcar o especias era desaconsejable.
Stephani Blancardi (1650-1702), un médico italiano comento: “El chocolate no solo tiene un sabor agradable, sino que es también un autentico bálsamo para la boca, pues contribuye a mantener todas las glándulas y humores en un perfecto estado de salud. Todo aquel que lo bebe posee un aliento muy dulce”. La facultad francesa de Medicina aprobó oficialmente su uso el año 1661. El magistrado y gastrónomo Brillat-Savarin (1755-1826), escribe en su célebre obra “Physiologie du Gout”: “El chocolate, cuando ha sido cuidadosamente preparado, es un alimento completo y agradable... muy apropiado para quien realiza un gran esfuerzo mental, predicadores, abogados, y sobre todo viajeros... se aposenta bien en los más débiles estómagos, es beneficiosos en enfermedades crónicas y contribuye el último recurso en las dolencias del piloro”. Algunos de los contemporáneos de Brillat-Savarin afirmaban que el chocolate puede curar la tuberculosis. Un médico francés, quizás habiendo experimentado que el chocolate levantaba el ánimo, estaba convencido de que era un antídoto contra los corazones rotos: “Quienes tienen mal de amores y sufren de la más universal de las dolencias galantes, tendrán en el chocolate el más agradable de los consuelos”. Las alabanzas no eran ni mucho menos universales. Un médico de la corte toscana del siglo XVIII declaro que el chocolate era una sustancia “caliente” y que era una locura mezclarlo con otras “drogas calientes”. Evidentemente había observado los efectos de la cafeína, puesto que cita entre sus efectos la locuacidad persistente, el insomnio, la irritabilidad y la hiperactividad en los niños. En general, los beneficios efectos médicos y nutritivos del chocolate fueron bien aceptados.
Un escritor ingles de la época lo describe así: “Una bebida incomparables desde el punto de vista familiar, para el desayuno o la cena, para cuando el té o el café están realmente fuera de lugar, a menos que este último se sirva con mucha leche”. Brillat-Savarin comentaba acerca de la digestión: “Cuando uno ha comido bien y copiosamente, tomando una buena taza de chocolate al final de la comida, lo habrá digerido todo perfectamente al cabo de tres horas”. Durante el siglo XIX muchos charlatanes empezaron a hacer su agosto gracias al prestigio que la aprobación de los médicos dio al chocolate. Diversas formas de “chocolate” medicinal hicieron su aparición, incluyendo productos de nombres tan siniestros como el “Chocolate pectoral”, elaborado con tapioca india y recomendado para combatir la tisis, y el “chocolate analéptico”, elaborado con un misterioso “toxico persa”. Hacia finales de siglo, el articulo genuino recibió la aprobación de todos los hospitales y sanatorios, así como el de la armada, el ejército y diversas instituciones públicas.
Christine McFadden - Christine France/ "La gran enciclopedia del chocolate"
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